30 mayo 2003

¿Al fin reformas estructurales en Europa?

La cumbre de Bruselas del 21 de marzo pasado ha relanzado los ambiciosos objetivos de la cumbre de Lisboa, y ha aprobado la creación de un Grupo de Alto Nivel para proponer reformas en los mercados de trabajo europeos, que deberán ser aprobadas en la primavera de 2004.

Aquellos objetivos pretendían convertir la UE en el espacio más competitivo y dinámico del mundo, y exigían la adopción de reformas estructurales que debían afectar, con mayor o menor intensidad según las situaciones nacionales, a todos los socios. Adquirían particular relevancia las relativas al mercado de trabajo y el sistema de protección social, por la necesidad de contar con un marco de relaciones laborales que favoreciese la creación de em pleo, al tiempo que permitiera una actuación para las empresas lo suficientemente flexible y adaptable como para promover su competitividad; y por la necesidad de hacer frente al progresivo envejecimiento de la población y a la presión que ello comporta so bre el gasto social.

Sin embargo, dada la distribución de competencias en la Unión Europea, las “tareas” al respecto, aun contando con el estímulo y el impulso comunitarios, debían ser afrontadas por cada uno de los Estados miembros. Y en el debate nacional, los grandes objetivos modernizadores tropiezan, con frecuencia con el conservadurismo sindical, con resistencias sociales y con los condicionamientos electorales. Eso ha hecho que se haya avanzado poco en el camino marcado, en marzo de 2000, en Lisboa. Y en las economías centrales de Europa, ese avance es aún menor. Curiosamente, aunque las dificultades económicas provocadas, en parte por el retraso de las reformas, han tenido un coste electoral tanto para la socialdemocracia alemana (salvada in extrem is, en las últimas elecciones, y ahora en cada vez mayores dificultades) como para el socialismo francés, ello no allana el camino, desde el punto de vista sindical y social, para las reformas.

MODERNIZACIÓN

Aun así, las cosas empiezan a mover se. En el núcleo franco -alemán, epicentro de la esclerosis que atenaza a la “vieja Europa”, la situación económica alemana comienza a ser insostenible y otro tanto puede decirse de la protección dispensada en Francia (cuya Seguridad Social ha incurrido ya en 2002 en un déficit de más de 3.000 millones de euros) al empleo público y al sector público de la economía.

Las reformas anunciadas por el canciller Schröeder, suponen, en ese sentido, a pesar de sus limitaciones y vaguedades, una clara apuesta por la modernización. El recorte en la duración del subsidio de desempleo (de 38 meses a 12, salvo para mayores de 55 años, que se extiende hasta 18 meses) y la flexibilidad del despido en las pequeñas empresas (de menos de 6 trabajadores), marcan al menos el inicio de una política de favorecimiento del empleo. Sin embargo, la prórroga de los contratos temporales, de dos a cuatro años, pone de manifiesto que, como sucedió en España, se confía en la temporalidad de los contratos como vía de flexibilidad, en vez de flexibilizar el régimen de los contratos indefinidos. Esto, unido a la falta de reformas de la negociación colectiva, indica que no estamos más que ante un primer paso, aunque paso al fin, en la senda de las reformas.

Más incisiva, aunque haya pasado más desapercibida, es la reforma del mercado de trabajo emprendida en Italia. Esta reformase centra, sobre todo, en la flexibilización de la contratación laboral y en la liberalización de los servicios de empleo. La aparición de nuevas modalidades contract uales (entre las que destaca la que permite la cesión de trabajadores, como la llevada a cabo por las Empresas de Trabajo Temporal, por tiempo indefinido), la reforma del trabajo a tiempo parcial y de los contratos formativos y las medidas de incentivo del trabajo juvenil y femenino, diseñan un escenario novedoso que, aunque ha provocado una amplia contestación sindical, puede representar un revulsivo para la economía italiana. En definitiva, aunque con timidez, falto de una clara directriz política y somet ido a los embates del sindicalismo más tradicional (y del corporativismo enquistado en sectores hiperprotegidos), el proceso de reformas parece que ha comenzado. Si avanza dicho proceso, necesariamente habrán de reactivarse las reformas entre nosotros. Reformas tanto referidas al sistema de protección social (con particular atención a la jubilación, cuya reforma se anuncia ya también en Francia) como a la regulación del mercado de trabajo y de las relaciones laborales.

MALDICIONES

Deberíamos ser capaces, en esta ocasión, de romper la maldición que expresaba Borges cuando decía que debíamos resignarnos a que todo pase primero en otros países y después, a la larga, también en el nuestro, y convertirnos, de cara a esa cita de 2004, en pioneros de un proceso de modernización que permita, efectivamente, llegar a obtener el espacio más competitivo y dinámico del mundo que prefiguraba la cumbre de Lisboa. Y ello dejando de pagar, como se decía en este periódico hace unos días, el precio que la Unión Europea ha ven ido pagando por décadas de conservadurismo en su modelo de protección social.

No hay comentarios:

Publicar un comentario