31 marzo 2008

Entre el miedo y el espirítu

Talento Cruel


Excelente Los Crímenes de Oxford, la adaptación cinematográfica de Álex de la Iglesia de la novela del argentino Guillermo Martínez (1962). Un duelo interpretativo entre el veterano John Hurt y el famoso Elijah Wood, con el contrapunto de las dos jóvenes, Leonor Watling y Julie Cox.

La historia trata de un estudiante americano de matemáticas, Martin, que llega a Oxford a realizar la tesis dirigida por el profesor Arthur Seldom, uno de los “cuatro espadas” de la Lógica. Su último libro es una obra de divulgación sobre las series lógicas. Juntos deberán desvelar el misterio de una serie de asesinatos, de crímenes imperceptibles (a personas que pronto iban a morir y que, de no declarar que eran asesinatos, la policía no se habría dado cuenta).

Como escribe Martínez en su novela, “si uno espera el tiempo suficiente, todos los matemáticos acaban viniendo a Oxford en peregrinación”. Su universidad simboliza como pocas el valor de la lógica. Durante el “proceso de investigación”, el maestro cree, siguiendo a Gödel (teorema de incompletitud, 1930), que demasiadas veces las evidencias que se encuentran no alcanzan para probar la verdad. Que la única verdad absoluta es que todo es relativo, indemostrable. El alumno cree, por el contrario, que la naturaleza puede descomponerse en leyes, que todo tiene un sentido, que el azar no existe. Dos posturas antagónicas sobre la vida y la empresa.

¿Qué nos enseñan estos Crímenes de Oxford? Básicamente, que el Talento va más allá de la inteligencia, aunque algunas instituciones académicas (y el diccionario) tiendan a convertirlos en sinónimos. Los ex alumnos de la Universidad de Harvard publicaron en su revista “01238” el listado de algunas personalidades que no fueron admitidos por la mítica universidad: el inversor Warren Buffet, el creador de la CNN Ted Turner, el rector de la Universidad de Columbia Lee Bolinger, el creador de Los Simpson Matt Groening, el presidente de Sun Microsystems Scott McNeally, el periodista Tom Brockaw o el senador (y candidato demócrata a la presidencia) John Kerry. Sí fue admitido Ted Kaczynski, que se convertiría en peligroso terrorista con el nombre de Unabomber. En palabras del editor de la revista, Bom Kim, es la Universidad de Harvard y no los rechazados quien debería sentirse avergonzada. Harvard (y Oxford) no son una excepción, sino muestras emblemáticas de la misma regla: la primacía (cuando no la “supremacía”) de la inteligencia lógico-matemática en las universidades y en ciertas empresas, en tanto que el talento (especialmente el talento directivo, que llamamos liderazgo) es en más de un 90% pura inteligencia emocional.

Lo mismo ocurre en esta película. El profesor Seldom es un individuo brillante, un auténtico genio. Sin embargo, a pesar de su distinguido porte, como persona deja mucho que desear. Es un ser frío y soberbio, que se aprovecha de las personas desde su altivez. Martin podría ser un matemático mediocre, pero está mucho más comprometido con su trabajo y con su proyecto personal. Emocionalmente es mucho más inteligente que su maestro. La enfermera Lorna sabe lo que quiere y vive con pasión. Beth Eagleton se deja llevar; vive con su anciana madre, que le controla y le domina. Como concertista de violoncelo de la orquesta de cámara del Sheldonian, sigue la partitura… que es lo que ha hecho toda su vida. De esto va la cinta, y la historia de las distintas organizaciones: de personas que se sienten protagonistas, de otros que son meros seguidores, de gente con curiosidad que desea crecer personal y profesionalmente y de ciertos engreídos, tal vez muy inteligentes, que utilizan su poder para aprovecharse de los demás.

Por si todo esto (la intervención de las emociones en los procesos “lógicos”), hemos de tener en cuenta la interacción de los personajes: el papel del inspector Petersen, del científico Frank Kalman (enfermo de cáncer de huesos en el hospital Radcliffe), de la pequeña Caitlin que necesita un trasplante de pulmón y de su enloquecido padre… Siguiendo el principio de Heisenberg, como observadores todos ellos intervienen en lo observado.

En la novela (que no en la peli), Seldom le pregunta a Martin por qué se hizo matemático. Él responde que siempre creyó que seguiría una carrera humanística, pero le atrajo “la clase de verdad que encierran los teoremas: atemporal, inmortal, suficiente en sí misma, y a la vez, absolutamente democrática”. A Seldom le convenció que fuera inofensiva. “Que fuera un mundo que no se toca con la realidad”. Al parecer, al profesor le pasaron cosas terribles en su vida, que percibió como señales (“el efecto mariposa”). El idealismo quijotesco frente a la asepsia presuntamente utilitaria.

El final de esta película es sorprendente porque, como se dice en la cinta, “el crimen perfecto no es el que queda sin resolver, sino el que se resuelve con un culpable equivocado”. La principal sospechosa, la hija de la primera victima, parece absurdo que sea la asesina en serie (o tal vez no). Los dos personajes principales podrían ser los causantes de los asesinatos, para que siga la serie lógica… aunque no tiene mucho sentido. Tal vez haya intervenido la causalidad, la pura coincidencia, por mucho que el asesino deje detalles de su siguiente crimen. O, aplicando la navaja de Ockham, que en tanto no surjan evidencias en contrario se prefieren siempre las hipótesis más simples. La vida es mucho más rica que las matemáticas, inabarcable por éstas: en ella interviene la búsqueda de la libertad, el amor a los seres queridos por encima de la propia vida, la verdad, la bondad y la belleza. La vida es un caos maravilloso.

La película se inicia con el poder del miedo (“esto es sólo miedo. Muy triste, pero es lo que hay”, dice el profesor Seldom en una multitudinaria conferencia) y acaba con una pura demostración de amor. Probablemente, a uno y otro se debe todo.

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