31 enero 2011

Los directivos y las mentes flexibles



En este mundo de plena incertidumbre, en el que muchos periodistas y ciudadanos se entretienen con los wikicotilleos de las embajadas estadounidenses y con las calumnias de un abogado prófugo, nos caben al menos dos certezas: que la crisis (si la entendemos como crecimiento negativo o nulo del PIB) no va a durar para siempre y que, de seguir así, la vamos a cerrar en falso.

Deberíamos recordar que el término crisis, en latín, designaba a un enfermo que bien podía sanar o bien podía fallecer. La crisis es esa incógnita, ese cruce de caminos que supone una gran oportunidad de aprendizaje. ¿Quién es el enfermo? La economía global, la civilización occidental y, más concretamente, en nuestro país el modelo de “ladrillo y sombrilla”, de expansión de la construcción y el turismo barato. ¿De qué estamos –y seguimos- enfermos? De avaricia (tratar de acapararlo todo), de soberbia (creernos mejores que los demás) y por supuesto de envidia, nuestro mal nacional, porque esa comparación social (querer lo que el otro tiene, sea el poder, el dinero, la fama) es la gran causante de infelicidad. Hemos pasado del puesto octavo y al décimo segundo de la economía mundial y si no atajamos los males continuaremos en caída libre, con una tasa de desempleo que duplica la de la Unión Europea y que en el fondo encubre economía sumergida, exceso de burocratización y desgana casi generalizada. Citando –por entero- a Don José Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo a mí”.
¿Esto sólo lo arreglamos entre todos? Más bien, esto sólo lo arreglamos cada uno, asumiendo nuestra responsabilidad y tratando de ser más productivos, más competitivos, más innovadores. El psicólogo Walter Riso acaba de publicar un libro, El arte de ser flexible. Se trata de la flexibilidad como virtud, como estilo de vida. Es “la mente de arcilla”, el término medio entre la mente rígida, pétrea, monolítica y la mente líquida, a la que todo lo vale. Frente al dogmatismo (la arrogancia, la intolerancia, el egoísmo), esta sociedad del espectáculo se va al otro lado del péndulo (en la educación, en la economía, en la empresa) a la banalidad, la superficialidad, el “todo vale”. Como dirían los humoristas Faemino y Cansado, “así nos luce el pelo, amigo”. Estamos crisis de valores no se resuelve ni desde la vuelta a la obediencia debida, a la “alegría y fe en el mando” que algunos añoran ni por supuesto desde la permisividad más absoluta, sino desde las creencias tolerantes, el pluralismo y la reinvención personal y colectiva en un mundo global, tecnológico y multipolar. Los problemas complejos se resuelven con soluciones complejas, implantadas con claridad de ideas y entusiasmo.

Los directivos y empresarios deberíamos aprender, para que nuestras mentes sean flexibles, que hay seis zonas de las que alejarnos: la del dogmatismo, entendido éste como las creencias inamovibles (“la inutilidad del otro” es una gran excusa para no movernos desde nuestras ideas iniciales), la de la solemnidad y la amargura (nos tomamos demasiado en serio a nosotros mismos y suele faltar en las empresas alegría y sano sentido del humor), la de la normatividad (aceptación ciega de las normas), la del prejuicio hasta llegar al fanatismo, la de la visión simplista del mundo y la del autoritarismo, con su abuso de poder. En un país tan apasionado como el nuestro (para lo bueno, el quijotismo, y para lo malo, el sentimiento trágico de la existencia), la rigidez y la liquidez nos llevan inevitablemente a las dos Españas. Hay esperanza, pero salir de ésta requiere de humildad, de reinvención, de flexibilidad.


Eurotalent
Publicado en Dosier Empresarial, en Diciembre de 2010

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