31 octubre 2010

El mito de las salidas profesionales



El ministro Ángel Gabilondo ha pedido recientemente a las Comunidades Autónomas que, a pesar de la contención del gasto en las administraciones públicas, “no paguen con la educación la crisis económica”. Todo un síntoma de que en nuestro país no nos tomamos la educación verdaderamente en serio. Ni en momentos de bonanza económica, cuando todo el monte es orégano, ni en momentos difíciles como los actuales.

Por eso, el 40% de los licenciados españoles ocupa un empleo que requiere un menor nivel del que posee (una pérdida de talento escandalosa), según un riguroso informe de la OCDE. Por ello, España bate récords en desempleo juvenil y en fracaso escolar. Por eso, la diferencia entre el salario de un universitario y el de un trabajador con estudios básicos es del 30% en nuestro país, cuando en la media de la OCDE un universitario gana el 300% del salario de una persona con estudios básicos. 

La educación no se valora. Y si hay algo seguro en este mundo global, crecientemente interconectado, que se desarrolla tecnológicamente a la velocidad de la luz es que un país sin educación será un país de segunda división. Las investigaciones del profesor Richard Florida, padre del concepto de “clase creativa” no dejan duda al respecto.

Desde el punto de vista de la oferta, la educación se toma en serio cuando los profesores están bien preparados y están bien pagados, como ocurre en el admirado modelo finlandés. Un modelo como el nuestro, mal remunerado y con escasa actualización, tiene mucho camino por recorrer.

Y desde el punto de vista de la demanda, de los ciudadanos que han de sentir la necesidad de estar bien preparados para tomar libremente las riendas de su propia vida, encontrar qué quieren hacer profesional y personalmente es determinante. El talento es, ante todo, disfrute. Ya dejó escrito nuestro compatriota Baltasar Gracián que cualquiera sería feliz si descubriera su verdadera grandeza. Darnos cuenta de qué es lo que nos gusta, para qué valemos, qué servicio hemos de prestar a esta sociedad, es un trabajo en sí mismo. Todos tenemos una vocación, una llamada. Muy pocos se toman la molestia de escucharla y actuar en consecuencia, y por ello el talento es tan escaso.

Una reciente investigación llevada a cabo por profesores de la universidad de Cádiz demuestra que la personalidad tiene muy poco que ver con la vocación profesional. Casi el 70% de los jóvenes que deben tomar esa decisión no sabe realmente qué carrera estudiar. Más de 130.000 abandona anualmente los estudios que emprendieron.

Como la vocación se desconoce, o no se hace el esfuerzo para detectarla, muchos universitarios caen en la trampa de “la salida profesional”: ADE, las ingenierías, derecho. Las salidas profesionales son un mito, no son reales, porque confunden la estadística (cuántos estudiantes universitarios acaban esa carrera con los puestos de trabajo demandados) con cada suceso independiente. Un excelente economista, ingeniero o abogado, con la actitud y el compromiso adecuados, será fichado por una empresa. Otro, también licenciado, sin la actitud que la empresa necesita, sin el compromiso que está pidiendo, será desestimado.

Pero es que además las “salidas profesionales” son un timo, porque nos abocan a un modelo en el que la persona, en lugar de elegir libremente, de decidir sobre su propia vida, se deja llevar por las “tendencias del mercado”, por una imitación borreguil. Como escribió el poeta Robert Frost en El camino menos transitado: “Dos caminos se bifurcaban en un bosque y yo,/ yo tomé el menos transitado,/ y eso hizo toda la diferencia”.


Eurotalent.

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