30 julio 2010

Experiencia, vejez y aprendizaje



No deja de sorprenderme que en esta crisis, que es una crisis “nueva”, una crisis sistémica como sólo ha habido ocho en los últimos 2.000 años, cuyo último precedente es la depresión de 1929, se apele a la “experiencia”. ¿Quién puede tener “experiencia”, haber experimentado, una crisis como ésta? Realmente, nadie. Sin embargo, la experiencia (definida por la Real Academia, en su tercera acepción, como “circunstancia o acontecimiento vivido por una persona”) lo que te aporta es la inteligencia emocional para afrontar una situación difícil y no caer en el desánimo, en la amargura, en la disforia. La experiencia te da serenidad, te añade autoconfianza, te imbuye de perspectiva. Frente al miedo de quien se pone frente al toro (el toro de una gran crisis, de dificultades de liquidez, de clientes que te abandonan, de rivales que te superan), la persona con experiencia, con amplias vivencias, cuenta con la solidez personal y la calidad humana como para tomarse las cosas con la necesaria distancia y el optimismo inteligente. Por ello la experiencia es bienvenida en los momentos actuales.

Y sin embargo, sería ingenuo no reconocer que vivimos en una fantasía de juventocracia. Se valora, se aprecia especialmente lo nuevo, lo novedoso, lo innovador, lo actual, lo reciente (como decía el maestro Akira Kurosawa, la memoria es básica para avanzar personal y colectivamente)Y, como consecuencia, lo desprecia lo viejo. Discrepo del diccionario en su definición de viejo como “persona de edad” o “antiguo, del tiempo pasado”. Me quedo con la definición de John Barrymore (1882-1942), especialista en Shakespeare, el más grande actor de su generación: “uno es viejo cuando sus añoranzas superan a sus sueños”. Por tanto, la juventud, a cualquier edad, es la diferencia entre proyectos, visión de futuro (sueños, en definitiva) y mirar la vista atrás. “Cualquier tiempo pasado fue mejor” es frase de viejos, tenga uno la edad que tenga. “Lo mejor está por llegar” es propio de jóvenes, aunque superen los 70 años (sea éste un homenaje a José Luis de Ugarte, uno de los mejores marinos españoles de todos los tiempos, que nos dejó en la flor de su juventud a los 79 años de edad, a Ángel González, extraordinario poeta, que siguió escribiendo hasta los 83 y a mi admirado y querido –centenario- Francisco Ayala).

En la época de Don Santiago Ramón y Cajal se creía que el cerebro se deterioraba con el tiempo y por tanto que el paso de la edad era inexorable. Hoy sabemos que no es así. En La paradoja de la sabiduría, el Dr. Elkhonon Goldberg nos enseña que debemos distinguir entre envejecimiento del cerebro y aumento de la sabiduría. Discípulo de Luria, el padre de la neuropsicolgía, el Dr. Golberg reflexiona en esa obra sobre su propia trayectoria y llega a conclusiones muy interesantes, entre ellas que la sabiduría, que es lo realmente relevante, no deja nunca de crecer en un ser humano inquieto, vocacional, presto a enfrentarse a problemas y descubrir soluciones. Las neuronas de una persona apasionada por la vida nunca dejan de conectarse.
Por tanto, la experiencia es un valor al alza si sirve para cuestionarse lo que sucede y no se utiliza como un elemento rígido e intolerante. La juventud es cuestión de proyecto. El aprendizaje no acaba nunca. “Aprende como si fueras a vivir para siempre; vive como si fueras a morir mañana”, Gandhi. ¡Qué magnífico mensaje para los tiempos que corren!


Eurotalent.
Publicado en SECOT Online, en mayo de 2010

No hay comentarios:

Publicar un comentario