30 abril 2011

La crisis en la que despreciamos el talento


Lo más grave de esta crisis no va a ser su duración, ni que sea fruto de la codicia, ni que pueda convertir a España, si no lo remediamos, en un país de segunda fila en el contexto mundial. Lo peor es que en el 90% de los casos, se está tratando de resolver en contra del talento, en un cambio de era en el que el talento, por primera vez en la historia de la humanidad, es más escaso que el capital (aunque no necesariamente más escaso que la liquidez). La mayor parte de las organizaciones no están sabiendo, pudiendo ni queriendo definir apropiadamente el talento, desarrollarlo eficazmente, organizarlo como debe, compensarlo con equidad ni encarnarlo a través del liderazgo a todos los niveles. Esa ignorancia afecta de forma decisiva a su supervivencia.

¿Qué podemos hacer? Como si se tratara de los dedos de una mano, las empresas deben:

- Poner el corazón (el dedo corazón, el central) en lo importante: La principal fuente de eficiencia de una compañía es el orgullo de pertenencia de quienes la integran. Los directivos cortoplacistas han confundido la eficiencia con la anorexia y han eliminado, no sólo la grasa, sino también el músculo de la organización. El resultado es lamentable: más del 80% de los trabajadores de nuestro país están en absentismo emocional o despido interior, como “muertos vivientes”. La iniciativa, el compromiso, la implicación en el proyecto brilla por su ausencia. Cuando la injusticia entra por la puerta, la ilusión sale por la ventana.

- Apuntar (el dedo índice) hacia el futuro. Sin retos, sin sueños, sin esperanza, no podemos poner la carne en el asador. La productividad es en más del 60% calidad directiva, esto es, liderazgo versátil: la autoridad moral, la credibilidad que nos otorgan a los directivos nuestros colaboradores si sabemos orientar, cohesionar, hacer participar, gestionar, entrenarles, difundir las mejores prácticas y mandar (sí, hay que saber mandar y decidir; mandar bien cuando toca, sin abusar).

- Anular todo aquello que va en contra del verdadero jefe de todo esto, que es el cliente. “Sólo hay un jefe: el cliente. Y éste puede despedir a todo el mundo en la empresa, desde el presidente hasta el de más abajo, simplemente gastando su dinero en otra parte”, es frase de Sam Walton, el fundador de Wal-Mart, que a buen seguro firmarían Isidoro Álvarez, Juan Roig o Amancio Ortega. No podemos dar mejor trato a nuestros clientes finales que el que reciben nuestros empleados, los clientes internos.

- El meñique: el Liderazgo es más importante que nunca (para atraer, fidelizar y desarrollar el talento) y está en las pequeñas cosas, en los detalles del día a día. En la capacidad de escuchar con atención, de mostrar serenidad, de otorgar confianza… El ejemplo, cotidiano, hace al líder.

- Dejar la huella (el dedo pulgar) en lo que la empresa necesita para el futuro. Necesitamos valentía, necesitamos profesionales con capacidad y sobre todo con compromiso (esencial para la productividad, la calidad de servicio, el margen, la rentabilidad). Como el éxito no es por casualidad, cuando el trabajo está bien hecho (con nuestra propia gente, con los clientes, con los accionistas, con la sociedad en su conjunto) podemos levantar el pulgar hacia arriba en señal de aprobación.
En el Far West se decía que había dos tipos de vaqueros: los rápidos y los muertos. Entre nuestras empresas, las que aprecian el talento (supervivientes) y las que, consciente o conscientemente, lo deprecian. Estas, muy probablemente, pasarán a la historia.


Eurotalent.
Publicado en Dossier Empresarial, el 1 de abril de 2011.

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