Un periodista especializado en baloncesto y que ahora comenta los partidos de la liga de fútbol ha popularizado esta frase, que nos recuerda al título de una de las joyas del cine contemporáneo. Su director y protagonista, Roberto Benigni se inspiró en el diario de Trotsky quien, a sabiendas de que lo iban a matar, acaba su relato diciendo: “La vida es bella. Dejemos que las futuras generaciones la limpien de todo mal, opresión y violencia y la disfruten plenamente”. El propio Benigni declaraba sobre su magistral película: "Para mí, si eres capaz de reír, eres el dueño del mundo. ¿Acaso hay algo más simple o más hermoso que proteger la inocencia, que tener el derecho de proclamar que la vida es hermosa hasta el último momento?”.
Una Vida maravillosa (del latín mirabilis, admirable). Lo que nos maravilla de algo es precisamente nuestra capacidad de sorpresa. Si no sabemos/queremos/podemos cultivar nuestra curiosidad, nos invade el tedio, la rutina, la frustración. Y sin embargo, parece que concebimos nuestras vidas (en la empresa y fuera de ella) para que todo esté programado: nuestras agendas se cargan con innumerables reuniones, visitas, presentaciones, viajes… Los padres apuntan a sus hijos a multitud de actividades extraescolares. Llenamos los fines de semana de compromisos y quehaceres vacuos. No hay espacio para la novedad, para la aventura, para la reflexión y el descubrimiento, que son las mejores muestras de que estamos vivos.
En nuestro país hemos mejorado sustancialmente el nivel de bienestar y, sin embargo, dicen los expertos que la felicidad es similar (tal vez menor) que la de nuestros antepasados, aquellos que sufrieron la guerra civil o el hambre de posguerra. La causa es simple: la felicidad se basa principalmente en la comparación. Cada español ve unas tres horas y media de televisión al día (“Los estudios de ondas cerebrales muestran de manera concluyente que la experiencia de ver la televisión más de cinco minutos induce a un estado cerebral que es prácticamente indistinguible de la hipnosis”, Karl Albrecht), absorbe 92 anuncios diarios por la pequeña pantalla y escucha unos 110 minutos de radio. ¿Qué nos queda ante tanta pasividad? Un cúmulo de malas noticias y la sensación insistente de que los otros son más ricos, famosos y listos que el espectador.
Es nuestra propia actitud la que determina que la vida sea maravillosa u horrible. En esta partida vital, no elegimos las cartas, pero sí cómo jugarlas. O seguidores o protagonistas. Podemos maravillarnos como en aquellos versos de Alberto Cortez: “Qué suerte he tenido de nacer/ para tener la opción de la balanza,/ sopesar la derrota y la esperanza/ con la gloria y el miedo de caer./ Qué suerte he tenido de nacer/ para entender que el honesto y el perverso/ son dueños por igual del universo/ aunque tengan distinto parecer./ Qué suerte he tenido de nacer/ para callar cuando habla el que más sabe;/ aprender a escuchar, ésa es la clave/ si se tiene intenciones de saber.” Y añade: “Qué suerte he tenido de nacer para tener acceso a la fortuna/ de ser río, en lugar de ser laguna,/ de ser lluvia en lugar de ver llover”.
En España el estrés y la ansiedad es la primera causa de consulta médica y el consumo de ansiolíticos ha aumentado un 40% en los últimos cinco años, hasta 33 millones de envases anuales. Será porque “hacia la mitad de nuestra vida, la mayoría somos consumados fugitivos de nosotros mismos” (John Gardner). La huida debe concluir.
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