30 noviembre 2006

Un príncipe de Asturias al trabajo en equipo


Cuando, días después de su triunfo en el mundial de Japón, se le concedió el Premio Príncipe de Asturias 2006 en la categoría de deportes a la selección española de baloncesto, el aplauso fue unánime. Los chicos de Pepu Hernández, con el liderazgo incontestable de Pau Gasol, son un gran ejemplo de generación de sinergias a través del trabajo en equipo.

Sin embargo, el gran momento de nuestra selección masculina de basket no es un caso único en el deporte nacional. La selección española de fútbol-sala, dirigida por Javier Lozano, se ha proclamado campeona del mundo en los dos últimos campeonatos. La de baloncesto, con Juan Carlos Pastor como entrenador, también ha llegado a lo más alto a nivel internacional. Las selecciones femeninas de baloncesto y hockey se han incorporado a la élite mundial. De hecho, si tenemos en cuenta los deportes olímpicos de relevancia (descartando el béisbol y el softbol, minoritarios en Europa) y el fútbol-sala, España se ha convertido este 2006 en la primera potencia mundial de deportes de equipo, por delante de Australia, Estados Unidos o Hungría.

¿Cómo es posible que un país de tamaño mediano (equivalente en PIB a Illinois, el quinto estado de la Unión), sin una gran práctica deportiva, sea en esto el mejor referente mundial de trabajo en equipo? ¿Por qué nuestros éxitos en el terreno deportivo –no sólo en equipo, sino en deportes “individuales” como el tenis, la fórmula uno o el motociclismo- no se corresponden con la calidad del trabajo en equipo en el entorno empresarial? Es evidente que no hay equipo sin líder ni liderazgo sin trabajo en equipo: la economía española, situada entre las diez primeras del mundo, es en términos de calidad directiva la 26ª del planeta, según el Foro Económico Mundial de Davos.

Empresa y deporte son, sin duda, realidades muy distintas. No obstante, desde el mundo de las organizaciones empresariales hemos de sentirnos muy orgullosos de los éxitos de nuestras selecciones y podemos extraer valiosas lecciones de su forma de trabajar en equipo. Entre otras, se me ocurren una serie de claves que explican el alto rendimiento y la satisfacción que provocan estos chicos y chicas de oro.

1. Magníficos entrenadores: Javier Lozano, Pepu Hernández, Juan Carlos Pastor y tantos otros entrenadores son personas altamente capacitadas, apasionadas por su trabajo y entusiastas en su actividad. Si no tuviéramos entrenadores de primer nivel mundial, el éxito de nuestras selecciones no sería posible. Estos entrenadores combinan un gran conocimiento en lo suyo con el equilibrio emocional. Saben serenar los ánimos cuando la euforia se desata en sus equipos e ilusionar cuando asalta el desánimo. ¿Hasta qué punto nuestros directivos son “coaches” de semejante nivel en las organizaciones?

2. Quijotes: Pau Gasol, Garbajosa, Calderón y Sergio Rodríguez han hecho las maletas para jugar en la NBA. Fernando Alonso, Dani Pedrosa o Rafa Nadal se dedican a ir por el mundo para competir en lo que más disfrutan. Por el contrario, en nuestro entorno empresarial cuesta exportar, salir a otros mercados, competir a mar abierto. Muchos añoran los tiempos de los oligopolios, los mercados cerrados y el control público.

3. Marcadores: En el deporte de alta competición el marcador siempre está presente. Unas veces se gana, otras se pierde. Y cada partido es una nueva oportunidad de retarte, de jugar y de aprender. En muchas empresas el “Cuadro de Mando” (el marcador) es inexistente o, aún peor, incompleto. La mayor parte de nuestros directivos se conforman con la cuenta de resultados, ignorando el lucro cesante, el coste de oportunidad o los auténticos predictores del éxito: la satisfacción y fidelidad de los clientes, la cuota de mercado, la eficiencia de los procesos, el grado de innovación, la rotación no deseada, la calidad directiva, la adecuación de los profesionales al talento necesario, la equidad y competitividad en la compensación, la reputación interna… Ya se sabe: si no mides lo que quieres, acabarás queriendo lo que mides.

4. Modelos: Las mejores selecciones del mundo tienen un enfoque claro de lo que quieren conseguir y cómo lograrlo. Se plantean una estrategia, con distintos escenarios, y la ejecutan a rajatabla. Eligen a los mejores jugadores que optimicen ese modelo, no a las “vacas sagradas” cuyos egos eliminarían el espíritu de equipo. En la gran mayoría de las empresas, el modelo de negocio se improvisa, se modifica sobre la marcha, o está en la cabeza sólo de los grandes jefes. Ni se comunica ni se detalla en comportamientos del día a día, en el modo de “jugar los partidos”.

5. Las 3 H: Son las claves de la salud mental de los directivos, en la empresa y el deporte. Humildad, Humanidad y sentido del Humor definen a los mejores a la hora de liderar los equipos. Son pauta común en las selecciones españolas ganadoras. Desgraciadamente, en las empresas suele primar lo técnico muy por encima de lo emocional, y por ello abundan la Soberbia, la Incomprensión, la Frialdad, la Apatía. No está de más recordar que en nuestro país sólo uno de cada seis jefes son líderes de verdad, con los que merece la pena trabajar, en tanto que uno de cada tres jefes merecen el calificativo de “tóxicos”: desmotivadores, caprichosos, cuando no malvados. Inaguantables.


Los optimistas por naturaleza sentimos que, en lugar de considerar los éxitos deportivos de las selecciones españolas como un hecho aislado y pintoresco, llegará un momento en el que también nuestras empresas pudieran merecer un Premio Príncipe de Asturias al trabajo en equipo.

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